Autor: Mons. Alfonso Uribe J.
Editorial: Lumen
Año: 1989
País: Buenos Aires, Argentina
Cuestiones Pastorales
Bajo el punto de vista pastoral surgen varias cuestiones en relación al don de lenguas; sólo me limitaré a tocar cuatro:
- ¿El don de lenguas será para todos?
Pero la experiencia nos enseña que, por lo que a nosotros toca, podemos recibirlo y disponernos con docilidad para recibirlo.
- ¿Cómo debe ser esa disposición para recibir el don de lenguas?
- entrar en una atmósfera de profunda oración y unión con Dios.
- entregarle al Espíritu todo nuestro ser: espíritu, alma, cuerpo, inclusive nuestra lengua (soltándola mediante la repetición de algunas palabras como "Padre, gracias, gloria", etc.), para que -si Él quiere- la tome y la mueva con el fin de que Él en nosotros ore al Padre de los Cielos.
- ¿Con qué espíritu y con qué finalidad hay que ejercitar el don de lenguas?
- ¿Cuál es la importancia de este carisma?
Sin embargo, hay que hacer una aclaración. En este pasaje, el Apóstol se sitúa en circunstancias muy concretas, a saber: cuando el carismático, estando en asamblea, se siente impulsado para comunicar a la comunidad un mensaje en lenguas. Diríamos "una profecía en lenguas". En tales casos, afirma Pablo: "Gracias a Dios, hablo más que todos vosotros en lenguas; pero en una asamblea prefiero hablar cinco palabras inteligibles para instruir a los otros, que no diez mil por el don de lenguas" (1 Co 14, 18-19). Y más adelante: En cuanto al ejercicio del don de lenguas, "que hablen dos o a lo sumo tres y por turno; y que haya uno que interprete. Si no hay intérprete, que el glosolalo se calle en la asamblea, hable consigo mismo y con Dios" (1 Co 14, 27-28).
Pero la experiencia enseña que el ejercicio del don de lenguas no es ordinariamente para proclamar mensajes en la asamblea, sino que es un don para glorificar a Dios, para alabarlo, bendecirlo y darle gracias, y es un excelente don de oración.
En esta perspectiva, creemos que el don de lenguas de ninguna manera es el menos importante, sino que es un carisma muy delicado y de profunda interioridad, que acusa una docilidad grande al Espíritu Santo y es de mucha utilidad para la edificación de la persona y de la comunidad. Siendo así, el buen ejercicio del don de lenguas es una grande gracia de Dios.
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