¿Qué estabas haciendo aquel día
María?,
¿Qué estabas pensando en aquel
momento?,
¿Era de día o de noche?,
¿Por qué lo has callado, por qué
te mantuviste tan silenciosa?
Bendito tú ángel Gabriel que tuviste el honor de anunciarle
la gran noticia, porque no fue María la privilegiada de verte y escuchar tu
voz, sino tú que aceptaste con alegría esta magnífica tarea ¿qué asombro habrás experimentado al
contemplar a la creatura más hermosa de Dios?, dime Gabriel, ¿cómo es nuestra
madre, cómo es su voz, cómo son sus gestos, cómo es su mirada?
Si tuvieras rostro oh ángel ¿cómo habría sido tu expresión?,
¿estarías sorprendido de ver tan humilde creatura, la que si decía que “sí”
sería tu Reina?, ¿estarías sonriendo cuando le dijiste “Alégrate, llena eres de
gracia, el Señor es contigo”?, y cuando viste la sorpresa en su rostro al
momento de escuchar tus palabras ¿cómo has de haber reaccionado?, tú que siendo
ángel eres capaz de razonar más profundamente que nosotros:
“No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios”
Que dulce te habría sabido el nombre de nuestra madre al
pronunciarlo, que tranquilidad le habrá dado escuchar éstas tus palabras,
palabras de ángel; y qué tranquilidad te habrá dado al sentir su mirada sobre
ti:
“Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz
un hijo a quien pondrás por nombre Jesús”
Con cuánto amor habrás dicho estas palabras, sopesando
cada sonido, tú entendías mucho mejor que nosotros ahora, qué tan importante
era este anuncio y su respuesta, debías hacerlo con todo el cuidado posible de
tu parte sabiendo que le hablabas a tu posible futura reina, pero teniendo en
cuenta que debías hacerlo con palabras sencillas porque era un ser humano y
¡qué ser humano!, ¿acaso es posible expresar tantas cosas tan profundas con
palabras sencillas?
“Él será grande,
se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”
Me parece escuchar un silencio de María acogiendo cada
palabra, tomándolas con sus delicadas manos y reflexionando sobre ellas, ¿qué
habrás visto en su rostro Gabriel?, ¿qué habrás sentido en aquellos momentos?,
y por fin unas palabras rompen el silencio y escuchas su delicada voz que
invade todo tu ser:
“¿cómo será esto, puesto que no conozco
varón?”
Me parece vislumbrar otra sonrisa en tu rostro inexistente
ángel Gabriel, en lugar de ver una joven con miedo por todo lo que les has
dicho escuchas una joven que tiene el coraje de hablarte y además con ansias de
conocer, ¡Qué mujer! Y tú aún con asombro buscas las palabras sencillas adecuadas
para explicarle a María cómo podrá suceder lo que le has anunciado, cuánto suspenso,
de esta respuesta depende gran parte de la salvación de la humanidad, pero
¿cómo decírselo? Y dejaste escuchar tu voz:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha
concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que
era estéril, porque no hay nada imposible para Dios”
Y otro silencio invadió el lugar y María acariciaba cada
palabra y las abrazaba en su corazón, “No hay nada imposible para Dios”, ¿cuánto
esperaste ángel?, ¿cuánto tiempo contemplaste a María silenciosa mientras reflexionaba?
y por fin María te ve, te sonríe y con esa voz delicada que acaricia todo tu
ser responde con valentía y con humildad:
“He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”
Y te llenaste
de gozo, bendito ángel porque sabías que en aquel preciso momento Dios se había
encarnado, sabías que en ese instante Dios estaba frente a ti de una forma que
hasta a los ángeles fascinaba y adoraste al Verbo hecho carne que comenzó a habitar
entre nosotros, el primer sagrario, la nueva arca de la alianza. Y te tuviste
que ir.
Y la joven María
se llenó de una mejor compañía, de Emanuel; y María acogió a Jesús y Jesús a acogió
María, y María confió. ¿Qué habrás estado pensando ese día María?, ¿cuánta
confianza en Dios?, ¿Cómo se lo dirás a tus padres?, ¿Cómo se lo dirás a José?,
¿sabes lo que te puede ocurrir por estar embarazada y que ese hijo no sea de
José tu esposo? Te pueden lapidar. Pero tú no te preocupaste de eso, si Dios lo
empezó es Dios quien lo conducirá y lo llevará a buen fin. Y descansaste con
Dios mismo velando tus sueños y con un tesoro incomparable en tu seno.
Gracias por tu Sí Santísima virgen María.
Gracias por tu Sí Madre amorosa.
Gracias por enseñarme a amarte.
Gracias por llevarme de la mano hacia Jesús.

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